Mi experiencia de leer

Lector

Recuerdo que cuando era niño, era algo así como una novedad que yo haya aprendido a leer a los cinco años. Pasé mucho tiempo convencido de que, a esa edad, todos los niños ya pueden leer. A la fecha, no entiendo del todo porque aprendí antes que el promedio en mi escuela. Probablemente, pensé que si lograba cumplir ese reto, me sacarían de ese salón de clases, pero no fue así. Me apasionaba leer, leía de todo. El único detalle es que no leía libros. Mis ojos se sentían atraídos por cualquier grupo de letras que observara cuando salía con mamá de compras. Sí íbamos en el transporte colectivo, era para mí, inevitable leer todos los rótulos que enfilaban las calles en esa época.

Con el paso del tiempo, los rótulos que yo leía fueron desapareciendo de las calles, por cuestiones de ornato en la ciudad. Ahora ya sólo los veo en fotografías históricas. Así fue transcurriendo el tiempo y yo aún no me decidía a leer ningún libro por voluntad propia. Poco a poco me empezaba a inclinar hacia las letras, pero no lo notaba. Ya en mi adolescencia, fui desarrollando ciertas preferencias un poco extrañas. Gustaba de ver las películas subtituladas, pero no entendía la razón. Pasaron varios años en que descubriera porque me gustaban. De cierta forma, yo sentía como si estuviera leyendo la película, pero eso lo entendí después de leer obras de teatro.

Bueno, quizás me salté varios pasos de cómo llegué a convertirme en lector, pero si trato de contarlo todo, lo más seguro es que me alejaría de la realdad. Empecé mi hábito de lectura ya siendo adulto. Ahora, ya leo libros por iniciativa mía, tengo la ventaja de poder elegir mis lecturas. Pude leer un día La isla del tesoro sin que eso fuera para mí una tarea. Oía que todos hablaban de Robinson Crusoe porque pasó muchos años solo en una isla y también lo leí por pura curiosidad.

Como ahora ya soy un adulto, tengo que atender asuntos de adulto. Algunas veces, me veo obligado a ir a lugares donde me hacen esperar para atenderme. No puedo acelerar los procesos, pero sí puedo usar ese tiempo para ocuparlo en alguna de mis lecturas pendientes. A veces sólo llevo conmigo una maleta llena de libros y, mientras a los presentes los vence la impaciencia, yo talvez esté sintiendo La impaciencia del corazón de Stefan Zweig, página a página.


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