Hay muchos motivos para leer, algunos carecen de sentido, quizá, y otros están bien argumentados. A mi me gusta leer para aprender, ese es mi propósito. Hasta aquí debiera terminar este comentario porque es lo importante que debo decir, pero también me gusta escribir y compartir sobre lo que leo, por eso va lo que a continuación presento.
El cura Myriel es un párroco al que un desventurado, de apellido Valjean, le roba los adornos de plata de la iglesia cuando aquel le ofrece hospedaje y comida gratuitos por una noche. Cuando el ladrón huye con lo robado la policía lo captura y lo lleva de regreso para que, gracias a la denuncia del sacerdote, lo puedan refundir en una cárcel por el resto de su vida. Hasta aquí, la historia no muestra nada extraordinario. Tan sólo presenta una tragedia que bien pudimos observar en un culebron mexicano o colombiano o bien podría ser narrada en un sermón un domingo cualquiera. Ingrato ladrón es castigado por delito cometido contra un ente sagrado.
Sin embargo, el autor de la historia pretende darnos una lección de vida muy importante. Sin justificación racional alguna el cura decide perdonar al ladrón y darle una segunda oportunidad. Niega que el hurto sea tal, e indica que lo que Valjean llevaba en su mochila había sido un obsequio.
Personalmente, he cuestionado mucho los beneficios del perdón, porque considero que son contrario a un ideal mas importante, el de la justicia. Pero la narración de Victor Hugo me obliga a evaluar mi posición y reflexionarla una vez mas.
A continuación, la novela de genial francés, nos cuenta la forma de como aprovechó Valjean la oportunidad que el noble párroco le otorgó.
Mi conclusión final sobre el perdón y la justicia aún no ha cuajado y, por tanto, no la puedo compartir; pero la lectura de Los Miserables cumplió su propósito, me dejó una lección de vida.