La responsabilidad de leer

La intolerancia ha impregnado la historia de la humanidad con dolor, mucho dolor. Dolor e ignorancia.

Ya en el año 367 el obispo Atanasio exigió a los monjes egipcios que destruyeran todos los escritos que él no consideraba aceptables. Así se perdieron muchos textos de principios de la era cristiana.

En Florencia, ya en el ocaso de la Edad Media, se quemaron importantes obras artísticas y libros considerados inmorales. Casi por la misma época un sacerdote quemó los códices mayas en Yucatan.

En abril de 1933 los nazis destruyeron, durante varias semanas, las obras que se consideraban “peligrosas” para el gobierno. Se purgaron las bibliotecas, culminando el 10 de mayo con una inmensa fogata donde ardieron alrededor de veinte mil libros. En los años sesenta fue Mao quien replicó el modelo apoyado por las brigadas juveniles marxistas apoyándose, contradictoriamente, en una Revolución Cultural. En definitiva los libros atemorizan a los que, mediante el uso de la fuerza, pretenden imponer su punto de vista, es la única explicación válida para que se cometieran semejantes atrocidades.

Recuerdo como durante la década de los 80’s algunos de mis libros los ocultaba detrás de otros políticamente correctos, porque era una época de censura y leer algunos textos prohibidos era casi pecado capital.

El miedo a la ciencia y cultura ahora se convirtió en pánico, pues ya no bastaría con vaciar las bibliotecas, ni con incitar a hordas de fanáticos para hacer otro intento de borrar los siglos de conocimiento acumulado.

Innumerables bytes, dispersos por todo el mundo, hacen imposible la tarea. La censura cada vez es más limitada. El poder de la información se dispersa. La velocidad de transmisión del conocimiento se acelera.

Y en este mundo, este nuevo mundo, los lectores poseemos el poder de la mente activa, el poder de los ojos entrenados para interpretar textos y convertirlos en competencias.

Todo gran poder ostenta adjunta, una gran responsabilidad.


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