Dos citas

Después de cierto tiempo, Karla notó que irse del campo no había sido una experiencia del todo placentera. Es cierto, vivía en la ciudad, pero no de la forma que ella hubiera querido, dado que no se imaginó como una empleada doméstica. Dejó de practicar la jardinería, su entretenimiento,  porque ya no le causaba la misma emoción ver crecer las flores que iba sembrando semanalmente. Cada día, al llegar la noche, iba sintiendo unas grandes ganas de llorar, pero reprimía sus lágrimas por miedo a ser vista, oída y tener que responder incómodas. Una noche de tantas, sintió que no podría contener su llanto,  así que se dirigió al lugar más privado de la mansión, la biblioteca.  Ya en el lugar,  empezó a llorar, se desahogó y nadie escuchó su amargo llanto, la habitación tenía muros aislados de sonido. Cuando se incorporó, se dio cuenta de que estaba completamente rodeada de libros. Se preguntó por qué esa área estaba tan protegida, el completo silencio que reinaba en ese lugar tendría su razón de ser. Vio a su alrededor y, al no ver más que libros y libros, decidió tomar uno y empezó a hojearlo. No le pareció muy interesante al principio, pero cuando llegó al capítulo que hablaba de las grandes mujeres de la Historia, el libro ya no pareció aburrido y empezó a leer varias de sus páginas. Descubrió así el uso de la biblioteca: un espacio de lectura. Sí, puede parecer algo absurdo para un lector consolidado, pero para ella que no había visto en su infancia, más que animales de granja y utensilios para la agricultura, aquello fue todo un descubrimiento. Producto de ese encuentro con los libros y la Historia empezó a visitar ese salón. Una noche, recordó la primera vez que leyó acerca de mujeres ilustres en la Historia y le vino a la mente el nombre Virginia, pues así se llamaba una de sus tías. Su tía vivía lejos de la casa de sus papás, pero los visitaba una vez por mes. Karla la recordaba, en cada visita le llevaba chocolates. Por eso le resultó fácil recordarse del nombre Virginia, cada vez que oía o leía ese nombre, en su boca empezaba a sentir el sabor a chocolate y en su rostro se dibujaba una sonrisa.  Esta Virginia del libro de Historia, resultó ser Virginia Woolf, una escritora británica. Tenía que haber libros de ella en la biblioteca de la mansión. Cuando se decidió a buscarlos, se llevó una sorpresa al encontrar sólo dos títulos: Flush y Una habitación propia. El primero se trataba acerca de un perro y de perros ella ya había tenido suficiente pues en su casa tuvieron cuatro. Por eso, decidió  leer el otro que hablaba acerca del espacio personal de una mujer para cultivarse. Lo abrió y encontró un boleto de avión utilizado como separador, en una de las páginas vio subrayado el siguiente texto:

No obstante, es nuestros momentos de ociosidad, en nuestros sueños, cuando a veces aflora la verdad sumergida.

Se sintió cómoda leyendo esa frase, pues ahora mismo que ella estaba en su momento de ocio era cuando de daba cuenta de su realidad. Karla era una mujer trabajadora, así sin más, no tenía otra razón de ser en su existencia que trabajar todos los días de su vida. Pero ahora había encontrado, de cierta forma, su habitación propia en esa biblioteca. Noche a noche siguió yendo a su nuevo lugar favorito de la casa, pero de pronto no le bastaron las largas noches para las lecturas. Quiso leer durante el día, pero aún no tenía claro cómo lo haría. Si no tenía que estar con los niños, tenía que estar aseando la casa, lavando ropa, cocinando; en fin, ocupada en todas esas tareas que realizan las amas de casa que las hacen estar siempre entretenidas en algo, aunque el fruto de su trabajo no sea visible. También tenía que tomar en cuenta que ella era una empleada de esa casa, por lo cual no podía usar abiertamente su tiempo de labores para otras cosas que no fueran el trabajo en sí mismo. Entonces encontró la forma de leer entre tareas. Se armó de un par de libros de bolsillo la primera vez para hacer la prueba y marchó hacia la casa con los libros guardados en el delantal de su uniforme. Mientras la lavadora estaba en pleno ciclo, ella leía allí en el sótano, donde no había más que los utensilios propios del cuarto de lavado. Mientras el arroz se cocía, ella leía, pero leer en la cocina le resultó un poco más difícil porque no debía manchar los libros, después de todo eran ajenos. Junto a los niños, la cosa fue más fácil, pues empezó a leerles cuentos clásicos para antes de dormir la siesta de la tarde. Nadie hubiera pensado que la llegada de Karla a la ciudad fuera a convertirla en toda una lectora. En una ocasión, tomó un libro de citas y leyó una de Robert Louis Stevenson:

Los libros son, a su manera beneficiosos, pero no dejan de ser un pálido sustituto de la vida.

Esta frase le dio mucho que pensar porque disfrutaba de las lecturas, pero se le había olvidado conocer el mundo real. Sintió que también debía conocer el espacio físico para saber de qué se había escrito. Un domingo, ella pidió permiso a sus patrones para salir a dar un paseo. Decidió salir a tomar aire, pero tomó prestados unos libros, eligió los más gastados para que no notaran su ausencia. Así fue como Karla salió de la casa, tan sólo con un bolso de mano que contenía en su interior tres libros gastados. Llevaba consigo lo que había logrado ahorrar durante varios meses, pero no pensaba regresar al día siguiente a la casa. Los señores de la casa aún siguen sin comprender la razón que la llevó a abandonar ese hogar así de pronto, pero se sintieron tranquilos de cierta forma, después de todo, les pidió permiso para salir a dar su paseo. A la fecha, ellos aún conservan la esperanza de volver a verla para agradecerle todas las lecturas que les hizo a sus niños por las tardes. Ahora, ellos son unos grandes lectores.



Foto por Gerald Pereira bajo licencia Creative Commons By


Publicado

en

por

Etiquetas: