Tenía 3 años cuando aprendí a leer y ya no me detuve. Leía cuentos y revistas infantiles que mi mamá me procuraba, además de los cortos textos de mi libro de Idioma Español, que para fin de año ya había leido unas diez veces. Había leído libros, pero todos eran antologías de cuentos y fábulas.
A los 10 descubrí las novelas. Torre de Papel me brindó el primer libro, el cual no entendí a esa edad y hace poco lo releí para descubrir que no era un libro apropiado para niños, aunque así lo vendieran. A partir de ese año comencé a hojear los libros que mi mamá tenía en los estantes.
Pronto comenzaría a leer por obligación. Tenía casi 12 años y comenzaba primero básico. La maestra de Idioma, la seño Sara, nos advirtió desde el primer día que debíamos buscar tres libros escritos por autores guatemaltecos. Llegué a mi casa a preguntar cuales estaban entre los muchos que veía y me señalaron varios. Recuerdo cinco de ellos: tres de Flavio Herrera y dos de Virgilio Rodríguez Macal.
Escogí el primer libro: El mundo del misterio verde. Lo devoré en menos de una semana, incluso volví a leerlo poco antes de que la comprobación de lectura comenzara. Me había encantado, así que seguí con el otro del mismo autor: La mansión del pájaro serpiente.
La visión fantástica del reino animal me fascinó. Ese año comencé a escribir. Hoy puedo decir que fue gracias a esos dos libros que me animé, pues coincidió la llegada de Melody, la mascota de la familia, que fue el primer personaje de una de mis historias que quise escribir imitando a Rodríguez Macal. Claro que no lo logré, pero al menos me sirvió de impulso.
El tercer libro que leí ese año fue El Tigre, de Flavio Herrera. A pesar de ser un libro corto, no recuerdo mucho sobre este, quizá porque no comprendía los conflictos que retrataba. Lo que sí tengo presente es que fue el primer libro donde leí una mala palabra.
No volví a leer un autor guatemalteco en largo tiempo. Tuve la intención, dos años después, de leer El Señor Presidente, pero me apena decir que jamás pasé de la segunda hoja.
No fue hasta que me uní a Lectores Chapines que volví a disfrutar de un texto chapín. La Rebelión de los Zendales marcó también la primera reunión de Lectores a la que asistí y conocí al autor. Le siguieron varios otros libros y sus autores: Posdata: Ya no regreso y Victor Muñoz con su valiosa lección de que hay muchas historias por contar pero falta quien las cuente. Recuerda siempre cuanto te amo, fruto de Omar Velasquez, otro Lector Chapín y columnista de este blog. Volví a leer a Ronald Flores con Ultimo Silencio y tengo pendientes un par de libros más. No tantos como quisiera.
También he leído algunos textos inéditos de otros géneros que me hacen admirar la calidad de escritores que hay en nuestro país. Sólo hay que ver cómo resultaron nuestros ejercicios del Viaje Escritor en sus pocas ediciones.
Somos Lectores y Escritores chapines.
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Maite Sánchez — @MaiaT
Diseñadora Gráfica, Lectora sin remedio, Escritora, Dibujante y Contadora de Historias
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