Es difícil que alguno haya tenido la fortuna de desconocer aquella frase tan absurda que reza: “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. La tal, aunque no cuento con una fuente oficial de información —y dado que se le ha atribuido a mucha gente— se cuenta que fue dicha por Diógenes de Sinope, filosofo griego de la escuela cínica. Ésta, en términos generales, tenía como característica principal el cinismo con el que se comportaban sus partidarios, quienes eran protagonistas de excentricidades. Se decía de ellos que vivían «como perros» en un intento de insultarlos, pero lejos de ello, aquellos vieron con buenos ojos la similitud: el perro vive de forma sencilla y desfachatada.
Dentro de las anécdotas de Diógenes se cuenta que una vez fue invitado a una mansión lujosa, con la advertencia de que no fuera a escupir al suelo, tras lo cual escupió al dueño de la casa, diciendo que no había encontrado otro sitio más sucio para hacerlo.
Hoy en día la frase de los perros, es utilizada, por muchos, como un intento de demostrar amor hacia las mascotas, o hacia los animales en general. No obstante la misma, en realidad, puede ser considerada como una exaltación al comportar de los perros —cuya veracidad habría que evaluar en circunstancias naturales y no tras la domesticación y exigencia de comportamiento que el ser humano le ha establecido—, o como una repulsión a las características que conforman al ser humano. En esto último quiero hacer énfasis.
En nuestros días, pocas personas existen —si las hay—, que no sean beneficiadas por el ingenio, la creatividad, la capacidad y el trabajo humano. Hacia donde se voltee se puede ver el fruto de cuanto ha creado. Pensar que el ser humano simplemente es “malo”, que sus ambiciones y deseos son condenables, o que es menos que un perro es querer obviar la obviedad.
No pasa solo con los perros o con los animales, pasa con modas y gustos que el ser humano sobredimensiona. Y… pasa también con los libros.
Entre gente que conozco, personas que he leído y otros cuyos videos he visto, existe una exaltación al libro que va más allá de lo que cuenta, enseña, explica o transmite. Y esto llamó más mi atención, luego que alguien comentara —palabras más, palabras menos— que ella solo necesitaba de los libros y no de los seres humanos. Otra mencionó que tenía en más valía a los libros que a las personas. Y a esas se suman otras frases por el estilo.
En un libro —o por el tamaño quizá solo debiera llamarlo folleto—, que me prestó un amigo, titulado “Nuestro libro de cada día” de José Saramago, escribió éste: “Los libros no nacen, no caen del cielo como la lluvia. Se hacen”. Y es que si algo tendríamos que tener en cuenta quienes gustamos de leer es que todos ellos no son sino genialidades —cuando el libro no es mediocre— que han surgido de la mente humana. Por tanto no puede existir menos que admiración hacia lo que somos —como especie— capaces de hacer. No va (no debería) con nosotros el gusto por desdeñar al ser humano y sus características. Si bien como lírica se dice que “el libro habla a su lector” no deberíamos olvidar que el diálogo que sostenemos, es una interacción con el autor… el libro solo es un medio. Alabar al libro y despreciar al creador es inconsistente.
Carmen Calvo, en la presentación del texto de Saramago dice: “La lectura es una actividad que si bien no resulta imprescindible, pone a nuestro alcance lo mejor de la humanidad”. Y es que la humanidad tiene mucho de bueno, es solo que a veces somos demasiado fijados con lo malo.
Sobre el Síndrome de Diógenes se dice, entre otras cosas, que es una conducta en el ser humano que lo lleva a apartarse de la sociedad y de las normas convencionales. La persona se abandona y hace de la soledad su modo de vida. No deja de ser curioso que la frase que demerita al ser humano tenga en común con un síndrome tan lamentable, a la misma persona.
¿Oda al libro? Mejor una oda al ser humano y su capacidad creadora.
Saludos