Compartimos con el club de lectura del Banco de Guatemala

Se dio un problema de comunicación y dos de los invitados entendimos que había que estar en las instalaciones de la biblioteca del Banco de Guatemala a las cuatro de la tarde y, para ventura nuestra, ambos fuimos puntuales. Amablemente nos recibieron y aprovechando que contábamos con tiempo —todos saben que una cita a las 4:30 significa que empezará tipo 4:45— nos dieron un paseo por las estanterías que, engreídas, mostraban los lomos de una enorme cantidad de libros para que pudiéramos adivinar la riqueza en letras que resguardan.

Nos dieron un paseo por las distintas secciones y contaron de las bibliotecas que tienen a nivel nacional y la tarea de abastecerlas; nos presentaron al personal del lugar y extendieron una invitación para visitarles y a aprovechar el recurso con el que cuentan; y fuimos convidados a un café mientras la hora de la charlar llegaba.

Para los cuatro asistentes, acostumbrados a reuniones con lectores alrededor de una mesas y sin distinciones de ningún tipo para las pláticas, fue curioso ver los cuatro sillones que nos esperaban al frente del resto de sillas que ocuparían los miembros del club de lectura de la biblioteca. Supongo que fue entonces cuando caímos en cuenta que en realidad esperaban escucharnos.

Llegó el momento de la charla, que antes empezó de forma más informal con algunos de los presentes, y fue al tomar mi lugar que tuve ese pequeño instante de meditación para pensar que todo cuanto habíamos hecho en el grupo de Lectores Chapines nos llevaba hasta ese espacio y tiempo. No le pregunté a los otros tres participantes, pero supongo que mientras compartimos de cómo iniciamos, el tipo de actividades que realizamos, lo que hemos alcanzado y cómo el grupo es lo que es por el aporte de sus invitados, en algún momento les habrá cruzado por la cabeza un pensamiento similar.

La experiencia no la da el tiempo sino las cosas que se hacen, independientemente del éxito o fracaso de la aventura. En éstos cinco años hemos hecho cosas, y ya eso es un logro en sí mismo. Dentro de las recompensas de hacer está el poder compartir de lo aprendido. Así pues, llegado el momento, contamos de nuestra experiencia al leer en comunidad, sobre lo muy variado de los gustos de cada uno de los miembros del grupo y de lo bueno que es descubrir nuevos autores por recomendación; les hablamos de nuestra forma de discutir y defender nuestros puntos de vista, tan comprometida que a veces pareciera que eleva los ánimos a punto de pleito pero que en realidad solo están alimentadas por el afán de aprender y nunca de ofender o molestar; escucharon sobre nuestra idea de que muchos amantes de las letras tienen esa espina de inquietud que pretende hacer trascender hacia la creación literaria y de cómo llevamos a cabo varios ejercicios de escritura y, orgullosos, mencionamos el trabajo y las ganas que pusimos en cada uno de esos resultados finales; y con satisfacción explicamos cómo nuestro grupo se caracteriza por evitar la formalidad y lo rígido del comportamiento de un grupo de lectura más tradicional.

Terminada la reunión nos dieron un diploma y un obsequio —que incluía un libro, por supuesto— a cada uno de los que asistimos como invitados. ¡Qué momento agradable!

La sobremesa incluyó pastel, café y fresco de Jamaica, más charla sobre libros, un sorteo y la promesa de realizar una actividad en conjunto de la que se estará informando a la brevedad para sumar participantes.

Lectores Chapines ha sido un viaje excepcional que sigue dando buenos y sabrosos frutos. Disculpen si sueno altanero, no es mi intención, pero pareciera que cada uno de quienes lo conforman han sembrado bien. La cosecha da prueba de ello.

Gracias a los amigos del club de lectura del Banco de Guatemala por la invitación, el trato y la experiencia. Es un gusto saber que no somos pocos quienes compartimos la pasión por las letras.

Club de lectores del Banguat
Saludos


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