Buenos regalos

Pocas veces me regalan libros. Cuando lo pienso llego a varias conclusiones: puede ser porque los demás los cataloguen como objetos de poco valor y no quieran dar un “regalo sencillo”, que de sencillo no tienen nada, sobre todo con los precios con que actualmente se manejan los “libros exitosos”; quizá es que como la mayoría de personas que me conocen no son lectores, teman darme algo que no me agrade por desconocer mis gustos o por no tener idea de qué buscar; o a lo mejor es solo que conociendo de antemano lo contento que me pondría, deciden que no lo merezco y optan por un regalo más tradicional. Supongo que seleccionar una camisa es más fácil que seleccionar un libro, pero de éste siempre hay nuevas propuestas y de las primeras solo cambian los colores.

Quizá por eso tengo tan presente aquella vez cuando empezó a entregármelos uno por uno, cinco en total. Luego de ver el título del primero: “Cien años de soledad”, un libro que hasta entonces no había leído, vino el ansia por conocer el de los siguientes. No recuerdo todos ellos, me viene a la memoria el que ya mencioné y el último que me entregó, uno de Coelho llamado: “La quinta montaña”. Ya había tenido experiencia con el autor, leí: “El alquimista”. No le encontré nada positivo y sumado a reviews, comentarios y citas del autor que abundan en blogs, twits y agendas, me lleva a sostener que ese tipo de textos no son para mí.

Convencido de que mi agradecimiento tenía que ser demostrado leyendo el libro, una noche, muy a mi pesar, empecé la historia de Elías. No me emocionaba con el pasar de las oraciones, no llegaba ese chispazo que hace difícil dejar un libro sobre la mesa de noche sin concluirlo, vamos… ni siquiera un poco de curiosidad por saber lo que pasaría en el siguiente párrafo. Lo encontraba falto de esencia, falto de verdad, lleno de vaguedades. No pude terminarlo. Aun reside en mi librera junto a tres libros más del mismo autor, el que ya mencioné, uno que tampoco pude terminar: “Verónika decide morir” y a otro obsequio que me recomendaron pero que cada que tengo oportunidad de iniciarlo, invariablemente lo postergo: “Once minutos”. Sumado a un par de Osho en los que todavía no fisgué nada, ni creo hacerlo, conforman la sección menos importante de mi librera.

Hace pocos días empecé a leer: “Los miserables” de Victor Hugo y me llamó la atención un párrafo que les comparto:

“¿Puede nadie estar en contacto día y noche con todas las miserias, con todas las desgracias, con todos los infortunios, con todas las indigencias, sin llevar sobre sí mismo un poco de esa santa miseria, como el polvo del trabajo? ¿Puede imaginarse un hombre que esté cerca de un fuego y que no sienta calor? ¿Hay un obrero que trabaje sin descanso en una fragua y que no tenga ni un cabello quemado, ni una uña ennegrecida, ni una gota de sudor, ni una mota de ceniza en el rostro?”

Repetidas veces he escuchado que no hay libros malos porque de todos puede aprenderse algo. Porque para otra persona: frases mal dichas, sin profundidad u obvias, pueden resultar útiles. O que en todo caso lo importante es que la persona lea sin importar lo que consuma.

No estoy de acuerdo.

Si la frase de Victor Hugo es cierta, algo de todo ello, de tanto consumirlo, se va pegando.

No podré evitar adentrarme en las páginas de libros de poca valía, pero haré mi mejor esfuerzo por evitarlo.

Quizá sea mejor que me sigan regalando camisas. Y mucho mejor si me preguntan la talla.

Saludos

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Omar Velásquez — @omarvelz
Guatemalteco, escritor, analista/programador, esposo, padre y tengo en mi haber varios tìtulos más, de esos que el correr de los años va cargando sobre nuestros hombros.
http://omarvelz.wordpress.com


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