He tenido la oportunidad de estar en Buenos Aires dos veces, pero siento que conocí la ciudad en una sola de esas oportunidades. La segunda vez sólo estuve un par de días y seguro que me faltó demasiado por ver, pero la mayoría del tiempo lo dediqué a caminar, más obligado que por propia voluntad, pero eso es otra historia.
Recorrer a pie las calles hace que uno se sienta más identificado con el lugar. La ciudad es enorme, pero sobre aquellas pocas cuadras por las que me moví, casi me siento un experto, considerando que experto es que cuando escucho un nombre, veo un video o contemplo una foto de allá puedo decir: “yo estuve ahí”.
El paseo por avenida corrientes fue el mejor. Existen entre dos y cuatro librerías por cuadra. Casi todas grandes, todas con su sección de libros nuevos y otra para los usados. Los clásicos se pueden conseguir nuevos a uno o dos dolares. Si no encontraba algún libro, en la siguiente librería seguro que estaba. La oferta es increíble y los precios, siempre que el texto no sea el de moda, considerablemente bajos. Lo malo es el excedente de peso en las maletas para el avión, lo que puede encarecerlos bastante.
En una de ellas, leyendo de autores que no conozco e historias que no imaginaba, saltó uno con un título que de inmediato llamó mi atención: “Los lectores del país de las aceitunas” (si será importante el nombre que se le pone a un libro). Lo compré por US$4.
Christine Aziz ganó un premio con el que entiendo es su único libro. A mi no me gustó, pero hay dos cosas que rescato de él: la idea de un futuro de países totalitaristas que someten a la raza humana que no es de la “escogida” y la importancia de los libros.
En la historia unos pocos, a pesar del férreo control, lograron mantener ocultas grandes bibliotecas llenas de libros, la mayoría en idiomas extraños, porque en el mundo se habla uno solo. Pocos son elegidos para entrar en ellas y son enfrentados a una realidad que los cambia por completo: la raza humana sí tuvo una historia diferente del mundo que ahora conocen. Aquello hace que ardan en deseo de conocer y de cambiar las cosas, de revelarse contra el sistema, de entender la importancia que es que la gente conozca.
La autora no hace referencia a demasiados autores conocidos, sí menciona por ejemplo a Shakespeare y tengo la duda de si lo hizo adrede. Por qué no habló de los grandes filósofos y de los grandes pensadores, de las corrientes y de las ideas que ahora se discuten. Acaso poco conocimiento, cuando no se tiene nada, sea un tesoro invaluable.
Hay otras historias que tocan la misma temática de futuros controlados y la persecución de los libros como figura del conocimiento. Fahrenheit 451 y 1984 por mencionar algunos.
¿En realidad hay tanto conocimiento y valor en los libros o somos quienes disfrutamos de ellos los que los sobrevaluamos?
En aquella enorme ciudad, compré un libro del que no sabía nada y de cuya autora nunca escuché. Luego de leerlo concluyo que solo tiene dos cosas dignas de mención.
¿Las tiene? ¿Soy yo el que quiero verlas? ¿O será que quienes leemos, de a poco, vamos aprendiendo a sacar lo mejor de las historias?
Saludos
PS. Aquellas librerías es lo que más le envidio a Buenos Aires.
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Omar Velásquez — @omarvelz
Guatemalteco, escritor, analista/programador, esposo, padre y tengo en mi haber varios tìtulos más, de esos que el correr de los años va cargando sobre nuestros hombros.
http://omarvelz.wordpress.com